Versiones 2006

Antología de relatos de las comisiones 58 y 65 del Taller de Expresión Escrita I (cátedra Reale), en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, coordinadas por el lic. Santiago Castellano.

Nombre: SC
Ubicación: Argentina

19.11.06

La vida: una incierta aventura

Cae el sol y amanecen los suspiros. El atardecer se lleva sus irreales anhelos, prohibiéndoles nuevamente el saboreo de la dulce realización. Ya casi no hay luz, el frío, en cambio, arremete cada vez más contra sus improvisados ropajes mientras ellos caminan indolentes por las calles de una cuidad monstruosa. Su realidad es inviolable, sus tareas infrahumanas, más aún así sostienen sus frentes bien erguidas de regreso hacia su casa. Omar y su primo Fermín, su incondicional compañero, se desplazan en la nada, encarando con decisión las duras luchas que la vida les ordena cotidianamente. Estos no son más que dos humildes hombres, dos personas marginadas con un pasado casi incierto. Juntos han sorteado los desenfrenos de la indolencia por el afán de algo mejor, de aquello que existe y que ellos no tienen. Hombres sencillos, con la piel corroída, hombres-trabajo que aún en envases sin tiempos defienden sus contenidos anhelos dando todo por hacerlos realidad.
Omar Fontana era más grande en edad, aunque solo un par de años. Era un hombre de experiencia, criado en una familia pequeña que se fue disolviendo lentamente en los ríos de la miseria, el alcohol y el desamor. Con unos 47 desgastados años, había llegado a Capital desde un pequeño pueblo llamado Urpilleta, en el interior de la provincia de Buenos Aires, acompañado por su primo, amigo y compinche, Fermín “El Tero” Torres. Este no había tenido mucha más suerte que su primo, ya que su vida había estado intermediada por situaciones semejantes que lo fueron alejando de sus tierras y acercando a las desafiantes actividades que su primo mayor realizaba movido por su original deseo de progreso. Fue así como Omar le propuso emprender, los dos juntos, una desafiante aventura donde tendrían que trabajar día y noche, y donde quizás no encontrasen un techo bajo el cual descansar al final de sus días. Ambos entendían que este era el único camino posible para alcanzar su soñada felicidad, para poder vivir dignamente en un hogar cálido bajo un ambiente de respeto, procedente de sus inagotables esfuerzos por ofrecer todo a su familia.
Esa mencionada noche parecían ambos regresar a sus ranchos luego de un largo día de changueo cuando progresivamente se fueron deteniendo sus pasos aplomados, impidiéndoles llegar más lejos. Se encontraron así en Plaza Italia, en el centro de la Capital, donde su cansancio impostergable les sugirió una buena siesta. A medida que recuperaban el color en sus mejillas, fueron levantando una especie de asentamiento en el cual ubicaron un colchón, una pequeña cacerola y demás elementos precarios que, en su conjunto, les brindaron un ameno espacio donde recostarse. La noche, dispuesta a acompañarlos, revivía en ellos aquellas promesas que los habían depositado en esa difícil ciudad, provocándoles una impotente negación bajo la cual Omar le expresó a su compañero de destinos que, si bien hacía ya bastante tiempo que se habían establecido allí, aún no habían vislumbrado siquiera aquellas aspiraciones por las cuales día a día se enfrentaban a corrosivas tareas. Fue así como aquellas conjeturas comenzaron lentamente a disiparse y a perderse junto con las energías que diariamente derrochaban en las arduas actividades del cartoneo. En aquel momento, y sin más que pensar, Omar propuso a su primo la iniciativa de presentarse al otro día temprano frente al encargado de personal de una sucursal de Disco, en la que momentáneamente estaban tomando gente para el puesto de reposición de góndolas y cajas.
– Che Tero, dejá esos trapos quietos y escuchame lo que se me ocurrió: ¿vite’ que acá a la guelta están llamando gente pa’ trabajar de cajero?, gueno, yo mañana me voy a presentar pa’ ver si la pegamos y cambiamos la yeta esta, que nos viene jodiendo desde hace rato ya. Total pa’ laburar apretando botones en una maquina no tene’ que ser kirschner vite’.
Fermín, viendo la fuerte decisión que a través de sus palabras expresaba su primo, recurrió rápidamente a bajar a la realidad la propuesta, haciéndole recordar que ninguno de los dos podía leer ni escribir correctamente, y explicando luego que sería imposible que en un comercio de tales características alguno de ellos pudiera desempeñar funciones sin dichas competencias.
– Qué deci’ Omar, si ni vo’ ni yo sabemos leer ni escribir, vas a ir a que te humillen, y ya sabemos bien que esos de los traje’ y las corbata’ de plata no nos quieren ni ver por ahí.
Frente a estos argumentos presentados, Omar no hizo más que cegarse y cerrar su entendimiento y, obedeciendo a sus cansados pensamientos, reforzó su planteo revistiéndolo con la firmeza y la seguridad que la posibilidad del éxito en su futura entrevista le generaba. Minutos más tarde Fermín había cesado provisoriamente con sus fundadas observaciones y ambos, ya extenuados por tanta actividad física y, ahora, mental, se disponían a descansar en espera de aquel nuevo día que les abriera nuevas posibilidades.
Esa mañana el sol floreció entre un horizonte de incontrolables expectativas, y, poniéndose a punto, Omar comenzó a marchar hacia el local seguido muy de cerca por su preocupado compañero. Mientras más se acercaban al comercio, más intentaba Fermín disuadir a su primo sobre aquella desatinada idea, la que no haría otra cosa más que evidenciar su precaria formación en los requerimientos de un mundo globalizado y desarrollado, que continuamente precisa de la sangre de la innovación para poder persistir. Aún así, su bien dispuesto primo mayor, pasando por alto sus elocuentes argumentos, se presentó en la oficina indicada solicitando aquel ansiado puesto. Como necesitaban personal rápidamente lo recibieron y, previo “cacheo” visual de sus ropas, consumaron una entrevista. Su primo lo esperaba afuera, sentado en el suelo, imaginando las sensaciones que su compañero experimentaría frente a la propia comprobación de que les era negada crudamente su progresiva inclusión en el mundo de los hombres dignos. Así fueron pasando los minutos repletos de pensamientos e ideas, cuando finalmente, antes de lo pensado, la puerta se abrió y, casi con la misma fuerza con la que los truenos se quiebran entre las negras nubes, se azotó ciento ochenta grados detrás contra la prolija pared.
– ¡Imperialistas hijos de puta! ¡Se cagan en la gente que trabaja de verdad, que se lo rompe desde siempre pa’ tener que comer! ¡No les importa nada más que su riqueza, y no te dan trabajo porque no tene’ pilcha como ellos, limpia y con olor a perfume! ¡Los maldigo y mil veces maldigo! ¡Estos tipos son los que hacen la marginalidad de la gente honrada que quiere trabajar, nos pisotean y nos escupen en la cara!
Y sin siquiera calcularlo, buscó entre las porquerías que guardaba en su carrito y saco un crudo fierro de más de un metro, y bastante oxidado, con el que envistió contra el frente del comercio desbordante de impotencia. Con rudeza impactó fuertemente contra los ventanales, marcándolos primero, y deshaciéndolos en pedazos luego. En medio de su irracional reacción, los agentes de seguridad del local corrieron rápidamente y, haciendo uso de su insuficiente fuerza, intentaron detenerlo. Fermín, quien había entrado en un estado de nerviosismo indescriptible, gritaba:
- ¡¡¡Qué hace’ Omar!!! ¡¡No No!! ¡Tas loco! ¡Dejá ese caño y vamono’ de acá! Yo te dije vite’, yo te dije que no teníamos que venir. Vamono’ que van a venir los canas y no vamo’ a salir más. ¡Dejá ese caño, tiralo ahí!
En esos instantes el extenuado personal de seguridad logró reducir, en parte, la tempestuosa violencia que en aquel pobre y honrado hombre se había desatado, llevado por una desbordada impotencia, cansancio y frustración.
–¡Déjenme! ¡Salí de encima negro sin alma! ¡No me toque’ que te lo parto en la cabeza! -amenazaba Omar, mientras El Tero exclamaba:
--¡Vamo’ Omar rajemos de acá! ¡Ya viene la cana!. Y previos intensos tironeos y patadas, los dos perturbados parientes emprendieron una rápida huida hacia los bosques de Palermo.
Una vez reestablecidos de aquella desenfrenada situación, refugiados entre el verde del parque, Fermín logró percibir que su primo estaba bastante maltratado por el enfrentamiento anteriormente ocurrido y se dispuso a sanar sus magullones.
– ¿Omar tas muy dolorido? Yo te dije que no teníamos nada que hacer ahí, que nosotros no nacimos pa’ vivir bien, y menos pa’ andar buscando un trabajo como ese.
– Callate Tero, esos tipos nacieron pa’ arruinarle la vida a la gente, discriminan, y lo único que quieren es tener más cosas pa’ ellos mismos. ¡Tendríamos que habernos quedado pa’ romperles todo el negocio, tendríamos que haberlos cagado a palos! Se lo tienen merecido por ayudar al demonio en sus cosas.
Fermín, que conocía a su primo, permaneció en silencio, y habiendo finalizado las curaciones a su pariente, se alejó hacia sus pertenencias a fin de encontrar algún sobrante del almuerzo para conformar su apetito. Después de esta informal comida, cerca del mediodía, decidió este prolongar por un período más largo de tiempo la compañía que el vino tinto le ofrecía, para sumergirse, seguidamente, en un suave estado de ebriedad que lo llevaría hacia una profunda y ansiada siesta.
Cuando el ruido de la avenida atentó contra su turbado sueño, Fermín divisó que su compañero ya no se encontraba a su lado, aunque sus pertenencias permanecían, aun, esparcidas por el suelo. Algo confundido por el alcohol anteriormente ingerido, intentó ponerse de pie para tratar de encontrar a su primo. Al principio recorrió con sus nublados ojos el multiforme horizonte a fin de intentar divisar en sus espacios la figura de Omar. Caminó unos metros, y luego decidió correr, la desesperación comenzó a poseerlo a causa del inusual alejamiento de su primo. Así, luego de unos veinticinco minutos de exhaustivas búsquedas decidió detenerse, ya que la crónica resaca que habitualmente lo acompañaba complicaba su tarea. Al hacerlo, intentó inferir las posibles causas de su alejamiento, y de repente exclamó:
- ¡Omar! ¡Qué hiciste!
Y, manoteando algunas posesiones, salió violentamente corriendo de los bosques en dirección a la ciudad. De camino ocuparon su mente los más precipitados pensamientos, mas no dudó un segundo sobre el lugar hacia el cual se había dirigido su inseparable amigo. Inmiscuyéndose por entre las calles fue acercándose al lugar, cuando las luces azules, verdes y blancas acariciaban las paredes de aquellas cuadras. Temeroso, y colmado por la incertidumbre, se encontró a unos ochenta metros de la recordada escena: Aquel supermercado Disco, el de los vidrios rotos, el de los clientes consternados, el de los agentes de seguridad agitados y confusos. Atravesando las patrullar y las ambulancias pudo pararse frente a la misma vidriera que, horas antes, había derrotado a su primo. Y haciendo un recorrido por la caótica escena pudo divisar entre los aún esparcidos vidrios de la injusticia, un revolver algo viejo y, a su lado, un cuerpo informalmente tapado con una manta. En ese instante Fermín comenzó a llorar desconsolado, mientras su cuerpo se desvanecía sobre sus temblorosos pies. Y arrastrándose por el humedecido suelo, se acercó hasta el generoso revólver para intentar reconocer en él algún detalle que le indicase que no coincidía con aquel que Omar guardaba habitualmente entre sus ropas.
- ¡Hermano! -se escuchó de repente entre el correteo y las voces de los que se habían arrimado. - ¡Qué hiciste Omar! ¡Te olvidaste de todo!... ¡De todo por lo que peliamos, de todo lo que aguantamos!... Te olvidaste de tus promesas, de tus sueños, de tus cuidados pa’ con tu primo menor y fiel compañero. Terminaste con todas nuestras aventuras y, encandilado por la impotencia, volviste a buscar tu venganza, a desatar toda esa amarga impotencia acumulada en tu pecho, de la manera más absurda.
Así, extendiendo una mano, corrió levemente las telas y luego de acariciarle la apagada mejilla, depositó en su frente un afectuoso y fraternal beso.
De esta manera, un acabado Fermín cargado de indolencia emprendió nuevamente su marcha por aquellas brillantes pasarelas de asfalto que, desde un tiempo inmemorable, soportaban sus acaecidos pasos, presentándole las más duras realidades y los menos compasivos escenarios, ahora ya solo, y por siempre recordando la insustituible compañía de su primo.
Opromolla, Renzo
com.58