Versiones 2006

Antología de relatos de las comisiones 58 y 65 del Taller de Expresión Escrita I (cátedra Reale), en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, coordinadas por el lic. Santiago Castellano.

Nombre: SC
Ubicación: Argentina

8.11.06

Don Gutiérrez de Mataderos



-Guacha, ¡te voy a matar! Salí de tu escondite. Despedite de la vida. ¡Puta! –gritos del vecino lindero.
Se escuchan fuertes golpes. Ruido de muebles que se arrastran. Don Gutiérrez sale absorto de la lectura que lo mantenía ensimismado. Deja caer el libro en su regazo. Se quita los anteojos sin cuidado. Sólo parece importarle aquello que está sucediendo en lo de su vecino.
Mete la mano en su bolsillo y saca de este una navaja. Se dirige hacia la puerta cuando al momento de abrirla ingresa inesperadamente Palmira.
-¡Mi Dios! Don Gutiérrez, ¿qué hace usted con eso? ¿Quiere matarme de un susto?. Por favor guarde eso, usted sabe que yo detesto las armas. ¿Quién me mandó venir a esta ciudad? ¿Estamos todos locos o qué?
-Palmira, cállese la boca. No sea tan miedosa mujer. Escuche, ¡escuche!
-¡No escucho nada Don Gutiérrez!. Usted va a conseguir que renuncie a este empleo. Por favor guarde esa arma.
-Está bien, está bien. Pero tenemos que solucionar esto lo antes posible. Fuimos asignados para resolver este caso y todavía no tenemos nada.
-Don Gutiérrez, esas novelas de policías que usted lee le están quemando la cabeza. Voy a tener que contarle a su hijo.
-¡Mi hijo!. No confíe tanto en él. Es fiel reflejo de mi persona, aunque lo niegue. Bueno, dejémonos de palabrerías y continuemos con la investigación. Espero que aún no la haya matado. ¡Pobre mujer!.
-¿De qué habla?.

Se escucha un golpe ensordecedor proveniente de la casa del vecino.
-¡Por fin estás muerta! –grito del vecino.
-¡Hay Diosito Santo! -dice Palmira mientras se persigna.
-Acompáñeme a la comisaría –dice Don Gutiérrez.
-Sí. Tengo mucho miedo –responde Palmira.
-No se preocupe, yo siempre cuidaré de usted –dice el anciano para tranquilizarla-. Por suerte la comisaría 42 está a tres cuadras.

-¡Don Gutiérrez! ¿Cómo anda? -Lo saluda la oficial ayudante, doña María Estela Dulce.
-Oficial Dulce, dichosos son mis ojos de ver a tan agraciada belleza. Aquí estoy trabajando, como siempre. No sabía que usted seguía prestando sus servicios. De haberlo sabido antes habría venido a visitarla para así compartir unos mates bien calientes.
-Don Gutiérrez, sus palabras me hacen sonrojar como si fuera una quinceañera, a pesar de mis cincuenta y tantos.
-Por favor, de tener más tiempo buscaría un poema hermoso que describiera su encanto, mi reina. Pero lamentablemente estoy aquí para hacer una denuncia.
Interrumpe el comisario inspector Almada, quien también se alegra de su inesperada visita. Pero su rostro cambia completamente de expresión al escuchar atentamente el relato de Don Gutiérrez.

Luego de narrar todas sus sospechas y aquello que viene observando desde hace días, termina contando lo sucedido hace unos instantes.
El comisario inspector solicita a ambos quedarse en la comisaría para evitar sospechas. También les pide que esperen allí hasta su regreso. Luego, acompañado por otros dos policías, se retira hacia el lugar de los hechos.
-Le mantendré al tanto de todo, Don Gutiérrez –dice Almada. Y salen apresuradamente.
Don Gutiérrez, distendido, toma asiento en la sala y no deja de darle charla a la oficial Dulce. En cambio, Palmira no puede quitarle los ojos de encima. Se pregunta de dónde el anciano sacó la idea de que en la casa lindera se reúnen tres "pesos pesados", según él. Dijo que uno de ellos está ejerciendo en la política, otro es un juez y también hay un ex agente de la policía.
A la hora regresa el comisario inspector Almada y le dice:
-Su vecino nos ha confesado el hecho de haber cometido un asesinato –mira con complicidad al oficial subayudante a quien le es inevitable ocultar una sonrisa-. Su delito fue asesinar a una inocente cucaracha –luego las risas fueron inevitables.
-Todo ha sido una confusión, Don Gutiérrez –le informa el comisario inspector.

Al día siguiente Don Gutiérrez insiste a Palmira, quien estaba preparando el almuerzo, para que lo acompañe a la Feria de Mataderos.
Palmira, que estaba cocinando canelones rellenos, accede pero de muy mala gana ya que planeaba almorzar temprano. Toma un panqueque de los que estaba preparando, lo embadurna de dulce de leche y se lo lleva ligeramente a la boca como si fuera el mejor manjar del mundo.
Don Gutiérrez se viste de gaucho, algo que tanto él como otros vecinos suelen hacer siempre que van a la Feria.
Llegando, ya en La Recova del Mercado, Palmira acepta gustosa la invitación de un hombre para bailar folklore. Luego de un rato observa que perdió de vista al anciano, por lo que comienza a preocuparse. Pero enseguida lo ubica, no de la manera que ella quisiera. Observa que se encuentra forcejeando con un hombre bastante más joven y fuerte que él. Se encuentran cerca de una combi. De ésta desciende el conductor quien al ver la pelea comienza a correr.
Don Gutiérrez, con el puño cerrado golpea al hombre en el vientre. Una chica le suplica que lo deje y que no lo lastime.
-Señorita, ahora que está libre corra lo más lejos que pueda. Yo me encargaré de él.
-Pero no señor, no le haga daño. Sólo hemos venido aquí para hacer unas promociones. Soy promotora. Él no me quiso secuestrar, sólo me trajo aquí junto con otras chicas para repartir estos sobres de muestra de yerba mate. ¿No entiende?.
Don Gutiérrez estaba decidido a reducir al hombre y no escuchaba a la chica.
Luego, al verlo en el piso doblado y sosteniéndose del estómago, se acerca a ella y le dice que vaya a la comisaría 42. Una vez allí que pregunte por la oficial Dulce y le comente lo sucedido. Y que no se olvide de decirle que quien la salvó se llama Don Gutiérrez.
Palmira se acerca sumamente preocupada. El hombre desde el piso le solicita pedir ayuda.
-Este viejo está loco y es peligroso –le grita.
Ella se niega y le contesta:
-Usted se merece esto. Seguramente está abusando de estas jovencitas haciéndolas trabajar en esas condiciones. Son unas niñas y las hacen vestir tan ridículamente.
Y le pega con la bolsa de mercado en la cabeza.
Don Gutiérrez, detiene a Palmira y le dice:
-Vamos, tenemos que concentrarnos en resolver el caso que nos han asignado. Ya vendrá un policía y se encargará de este delincuente.
Siguen caminando y Don Gutiérrez le hace observar uno de los puestos. En éste venden dulces y quesos, entre otras cosas. La persona encargada del puesto es el vecino lindero.
-Esto no va a quedar así. Ahora vayamos a casa y allí seguiremos con la investigación –dice Don Gutiérrez.
Palmira accede de inmediato, ya había experimentado muchas emociones para ser un sábado de mediodía. Y en la casa le estaban esperando unos ricos canelones de ricota y verdura.
A primeras horas de la noche Don Gutiérrez, asomado por la ventana y a oscuras, llama a Palmira y le hace espiar a su vecino quien está recibiendo a sus amigos.
-Ve Palmira. El gordito de barba es un juez. El de campera de cuero está en la política y aquél, el más joven de los cuatro, me parece haberlo visto en la policía. No se van a salir con la suya. Nosotros vamos a resolver este caso.
-¿De qué está hablando Don Gutiérrez?. Sólo son unos amigos que se reúnen un sábado por la noche. Y si dice que son quienes usted sospecha, ¿qué tiene de malo que se reúnan?.
-Lo malo es que seguramente tienen jovencitas secuestradas en la casa y no quiero ni pensar lo mal que lo deben estar pasando las pobres chicas. Estos están dentro de un mercado de prostitución.
-Ahora estoy segura de llamar a su hijo. Usted está muy mal de la cabeza –le dice Palmira.
Se dirige al teléfono y mientras hace la llamada escucha unos gritos provenientes de la casa lindera. Mira a su alrededor y Don Gutiérrez ya no está. De pronto escucha un disparo y algo pesado caer en el piso. Ya había colgado de la llamada con el hijo, por lo que esta vez Palmira llama a la policía.
Sale de la casa y se asombra por lo pronto en que aparece el hijo de Don Gutiérrez. Este está armado, lleva una campera y gorro de policía. Detrás de él está el comisario inspector Almada y tres policías más, también armados. Hay unos cuantos patrulleros.
Palmira no deja de persignarse y sigue a toda esta comitiva que ingresa bruscamente a la casa del vecino.
Lo que se observa allí dentro es... extraño. El vecino está arrodillado en el piso abrazando a su viejo perro que parece haberse muerto de susto por el disparo realizado por Don Gutiérrez. El ambiente está impregnado de un espeso olor a habano. Los tres sospechosos se encuentran alrededor de una mesa llena de cartas y garbanzos. Tienen las manos en alto y sosteniendo en una de ellas la jugada de naipes que venían haciendo hasta el momento.
-Vamos, buscá a las chicas secuestradas –le dice el anciano a su hijo.
-No papá, este caso es el de la droga. ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo?. Pero de todos modos te agradezco, me distes una gran ayuda viejo.
-No es nada, hijo. Siempre estoy al servicio –le contesta Don Gutiérrez.
El inspector Almada comienza a gatear por el piso siguiendo a un par de cucarachas que se introducen dentro de un agujero.
Almada coloca el dedo dentro de este y levanta una tapa. Luego baja a algo que parece ser un sótano. Al rato regresa con un frasco de mermelada. Lo abre, introduce sus dedos dentro del dulce y saca un sobre con un contenido blanco en su interior.
Don Gutiérrez se dirige a Palmira y le dice:
-No subestime a un pobre viejo como yo. Por cierto, ¿le interesaría seguir colaborando con la policía?. Hasta ahora lo ha hecho muy bien.
Palmira no puede salir de su asombro. Piensa que toda esa gente le ha tomado el pelo.
Vienen a su mente los recuerdos de aquella tranquila Tucumán, las largas e interminables horas de siesta. Los calurosos y aburridos veranos recostada bajo un sauce llorón. Luego de un par de minutos le dice a Don Gutiérrez:
–Estoy a sus ordenes. Pero por favor respéteme los horarios de la comida. Y otra pregunta: ¿esto implica un aumento de sueldo?.
Los dos se miran con complicidad y sonríen. Palmira se enorgullece de sus aventuras.
María Mercedes González Afonso
com.65