Versiones 2006

Antología de relatos de las comisiones 58 y 65 del Taller de Expresión Escrita I (cátedra Reale), en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, coordinadas por el lic. Santiago Castellano.

Nombre: SC
Ubicación: Argentina

22.10.06

El diario de Jonathan Gómez

Sin dudas el mail que recibí me sorprendió.
Yo era el técnico de Independiente Rivadavia, “la lepra mendocina”. Íbamos primeros, pero jamás podría haberme
i
maginado una convocatoria para integrar el cuerpo técnico de la selección.
Tenía que presentarme el 5 de mayo en el predio que la AFA posee en Ezeiza. Allí me esperaría el señor George Drácula, polémico empresario rumano que en los últimos dos meses había adquirido cinco frigoríficos y la AFA. Tal vez si no fuera por esto último nadie hubiera dicho nada, pero el solo hecho de vender la Asociación del Fútbol Argentino, y a un extranjero, era lo suficientemente polémico como para ocupar el espacio que se le brindó en los medios.
Partí el primero de mayo de mi Mendoza natal, no sin antes disfrutar de unas buenas empanadas mendocinas regadas con un excelente vino de mi tierra (en realidad de las tierras de los grandes empresarios vitivinícolas).
Pesadito por los festejos del día del trabajador, emprendí el rumbo a Buenos Aires. Ya sé que tenía que llegar recién el 5, pero el señor Drácula era un tanto raro. Por un lado me pagó un viaje en micro tendiendo la plata para mandarme en avión, pero por el otro me pagó un par de días de estadía en el Hilton de Puerto Madero.
El viaje se hizo duro, no por las comodidades que ofrecía la empresa de transportes, sino que se hizo interminable porque uno de los pasajeros llevaba un bonito caniche toy escondido en el bolso y el hijo´e su madre no paró de aullar en toda la noche. Entre eso, las empanadas y el vino me fue imposible pegar un ojo.
Finalmente llegué a Retiro. Allí me encontré con cuatro tipos de delincuentes: un par de policías, los dueños de los negocios que están dentro de la estación, un carterista y, finalmente, un taxista.
Los primeros se empecinaron en sostener la ilegalidad de transportar botellas de vino en el bolso y se las quedaron como evidencia; los segundos se encargaron de cobrarme esos mismos vinos que quería regalarle a mi nuevo jefe el doble de lo que valen en cualquier otro lado, el tercero me despojó de mi billetera, y el último me hizo gastar los $20 que me quedaban en un viaje que hubiera salido mucho menos si no me hubiera paseado por la ciudad aprovechando mi desconocimiento de las calles.
Finalmente llegué al famoso hotel, donde me atendió personalmente el gerente, quien no sólo me informó que Drácula era el dueño del lugar, sino que a su vez se mostró muy preocupado por mí. Incluso me regaló un gran crucifijo que me hacía gracia, ya que me recordaba a los “Loco Mía”. Igual lo acepté como una muestra de cordialidad porteña.
Al día siguiente me despertaron con un buen desayuno, el Olé y una nota de mi nuevo empleador. Decía que a las 22horas me pasaría a buscar un “radio-taxi” que me llevaría hasta la subida de la autopista. Allí me recogería un remís para realizar el resto del trayecto hasta el predio de Ezeiza.
Pasé esa mañana leyendo en el diario deportivo una nota de investigación no muy profunda (como de costumbre), pero que me interesaba particularmente.
Hablaba sobre las conexiones entre el señor Drácula, el grupo empresario ruso que había manejado los rumbos del seleccionado nacional en los últimos años de la gestión de Grondona y de la relación de ese misterioso extranjero con el tráfico de carne congelada a distintas partes del mundo.
Drácula no parecía tener buenos antecedentes, pero esta era mi gran oportunidad de alcanzar la fama y el reconocimiento que siempre había soñado.
A la tarde no tenía nada que hacer, así que fui un rato al gimnasio del hotel, me bañé y aguardé que llegara mi taxi.
El vehículo fue puntual y llego a las 22 horas exactas. Al bajar me cruce con el gerente, quien me saludó afectuosamente como quien despide a un amigo que se va a la guerra y me entregó un bolsito. Me dijo que lo iba a necesitar, pero que no le dijera al rumano que me lo había dado él.
Los porteños son gente muy rara. Cuando abrí el bolso me encontré con algunos amuletos de diversos tipos. Paso a enumerar: 1) cinta roja contra la envidia; 2) CD de Gilda; 3) estampita del Gauchito Gil; 4) Ejemplar del libro “Así ganamos el mundial”, de César Luis Menotti; 5) Repelente para mosquitos; 6) un espejo.
Algunas cosas las comprendí, otras no. A esta altura el tipo me pareció que estaba un tanto desequilibrado.
Cuando subía al taxi tuve que contar hasta diez para no insultar. Era el mismo tipo que me había llevado al hotel al día anterior, pero no dije nada porque esta vez pagaba la AFA. Tal vez por eso esta vez si el tipo se apuró y llegó en seguida al destino indicado.
Durante el viaje el conductor me pidió disculpas por lo del día anterior, me dijo que no sabía que yo conocía al señor Drácula y me contó que el también había sido DT hacia unos años.
Al principio no lo reconocí, pero al bajar del coche lo vi claramente: ¡Era Marcelo Bielsa!
No pude reaccionar y decirle algo porque en ese momento sentí una mano sobre el hombro que me empujaba hacia atrás.
Sorprendido y sobresaltado me di vuelta. Al hacerlo casi muero del susto. Era el chofer del remís que me llevaría a Ezeiza. Era alto como Schiavi, con la barba del “checho” Batista. Tenía un sombrero negro y alto, como el que usan los murgueros pero formal, y usaba esos lentes de contacto rojos que suelen utilizar las promotoras de bebidas energizantes en los boliches.
El coche era un Mercedes negro, de esos que tienen muchos caballos de potencia. Me pareció demasiado para un remis, así que supuse que Drácula me había enviado a su propio chofer.
-Dejalo a ese boludo. No es de los nuestros, no le van los negocios.
Así se presento ante mí el conductor del Mercedes. Luego, me lanzo dentro del coche y arrancó a toda velocidad.
Otra vez el viaje se me hizo eterno. El tipo en lugar de ir por la autopista fue por abajo, y cada vez que pasábamos por un local con luces de colores y dibujos de chicas se bajaba y tardaba media hora en volver. Mientras tanto, alrededor del coche se juntaban al menos unos 20 hombres de aspecto sospechoso y oscuras intenciones.
Por suerte cada vez que estos muchachos estaban por lograr su cometido de entrar al auto, llegaba el conductor y ellos se alejaban despavoridos.
Esta especie de “recorrido por las 7 iglesias”, como el cómico chofer lo denominó, duró al menos unas 4 horas según mis cálculos.
Cuando llegamos a Ezeiza el rudo hombre me despertó, no solo con su voz, también con su olor a alcohol barato y perfume femenino de idénticas condiciones.
Me despidió, me abrió la puerta y me arrojó hacia fuera. Su falta de modales era bastante notoria.
De golpe me di cuenta que estaba solo en la puerta del campo de la AFA, de madrugada, y por sobre todas las cosas, de que no había timbre.
Miré hacia adentro pero no vi gente, ni luces encendidas, ni nada.
Cuando pensé que tendría que esperar al día siguiente para que me abran, el portón automático se abrió solo y pase rápido, no sea cosa que los “lobos” desdentados del camino volvieran a aparecer.
Me dirigí hacia la casa para las concentración que hay dentro y un señor me abrió la puerta.
Era alto, casi anciano. Tenía una nariz delgada y puntiaguda, como la del “mosquito” Cascini. También poseía una frente ancha, cabello escaso adelante tipo Bochini, pero una melena larga atrás, al mejor estilo “Comitas”. Asomaban sobre sus ojos unas pestañas densas y rizadas, su boca tenía una expresión cruel y llamaban la atención sus dientes en punta. La verdad, Tevez tiene una sonrisa mas linda. Sus orejas eran largas y en punta. Su mandíbula era amplia y fuerte, como la de un Pitbull, y sus mejillas firmes, aunque un tanto hundidas.
Su palidez y el frío de su mano daban una impresión de muerte.
Ese señor era Drácula. También tenía pelos en las palmas de las manos , pero no me animé a preguntarle por qué le habían salido. Después de todo seguía siendo mi jefe. Lo que sí le pregunté fue si era metrosexual, mas que nada por el saco largo, las uñas también extensas los labios rojos. No sé si conocía el termino, ya que respondió que no, que él era agnóstico.
Me invitó a la mesa, donde encontré un exquisito pollo con ensalada rusa.
Durante mi cena (él ya había comido), quise sacar el tema del nuevo proyecto de la AFA, pero me dijo que ya habría tiempo. Mientras tanto su interés sobre mi vida privada se iba acrecentando.
Le conté que estaba saliendo con una mina, de mis humildes éxitos al frente del club de mi provincia y que prefería los boxer a los slip (no se por qué le interesaba eso, pero me dio un poco de miedo).
Se acercó para darme un cigarro y de su boca salió un olor tan nauseabundo que agradecí no haber comido con él, vaya a saber uno qué había ingerido ese sujeto.
De repente comenzaron a cantar los pajaritos y se empezó a asomar el sol.
Drácula se apiadó de mí y me acompañó a mi habitación. Me dijo que durmiera hasta la hora que quiera porque igualmente él no iba a estar en todo el día. Pensé que seguramente tendría muchos negocios que atender.
Me levanté a eso de las 3 de la tarde. Encontré una mesa con chocolatada y facturas. Quise agradecerle al personal de servicio, pero noté que yo era la única persona presente en el predio y que la puerta de la casa estaba cerrada con llave.
Encontré la sala de videos, y mientras me entretenía con la final Intercontinental de 1985 entre Argentinos Juniors y Juventus, llegó “el jefe”.
Charlamos un rato antes de la cena. Él me contó que confiaba en que yo pudiera trasmitirle mis conocimientos sobre el fútbol argentino para así poder dirigir él en persona al seleccionado nacional.
Le estuve explicando algunas cuestiones tácticas básicas y noté que el fútbol no era lo suyo.
Aproveché para preguntarle sobre los sucesos de la noche anterior con el remisero. Me dijo que el chofer también se encargaba de recoger la recaudación de los bares que eran de su propiedad. Él dijo bares, yo sospechaba que eran cabarets.
Luego me acompaño a cenar ( otra vez él ya había cenado). Mientras me devoraba un revuelto gramajo, el nuevo dueño de la AFA me hizo firmar el contrato. Como buen argentino primero lo firmé y después lo leí. Como siempre sucede en estos casos, encontré ciertas cláusulas que me llamaron la atención.
Una decía que a partir de ese momento, y por diez años, sería el asistente futbolístico permanente del señor George Drácula. Lo preocupante era el anexo que se encargaba de explicar el alcance que en dicho contrato adquiría la palabra “permanente”.
Allí se me obligaba a permanecer durante el siguiente decenio encerrado en esa casa y sin poder acceder a las habitaciones cuyas puertas estaban bajo llave.
Por ultimo, terminado el periodo acordado, dejaba mi cuerpo a disposición de la Asociación del Fútbol Argentino para lo que el señor Drácula considerase necesario.
Al ver mi reacción, el rumano dijo:
-Muy bien estimado Gómez, así es la vida en el capitalismo. Usted dejará aquí hasta la última gota de sangre si es necesario. Si quiere le puede mandar una carta de despedida a su “mina”... o la puede traer aquí a vivir con nosotros.
Al decir esto último me guiñó un ojo, lo que me llevó a escribir la carta.
Entre pitos y flautas se volvió a hacer de día, así que nos fuimos a dormir.
Me levanté tarde de nuevo porque otra vez Drácula se iba a ausentar. Me dieron ganas de afeitarme. Como encontré un espejo en todo el lugar, agarré uno de mano que tenía en el bolso que me había dado el gerente del hotel.
Mientras me abocaba a las cuestiones del bello facial sentí unas uñas femeninas en el hombro que me hicieron sobresaltar, y por lo tanto, cortarme un poco la cara.
Al darme vuelta, lo vi al metrosexual que tenía como jefe mirándome como con ganas. Me aterraba el hecho de no saber qué tipo de intenciones tenía conmigo. De repente se abalanzó sobre mi cuello y lo senté de nalgas con una trompada a la voz de:
-¡Ah no! Esclavo sí...¡pero comilón jamás!
Mientras se levantaba un poco tenso me dijo que en realidad me quiso ayudar y unas cuentas excusas más.
En esos momentos agarró el espejo y se lo quedó. Tan sólo dijo que los odiaba y que el ultimo espejo que hubo en una concentración de la AFA lo tenía Maradona en el ´94 y así le fue a ese equipo...
Se retiró ofendido y sin decir más nada, pero me quedé pensando en cómo podía ser que no lo haya visto venir por el reflejo del espejo.
Esa noche se dedicó a interrogarme sobre ciertos aspectos legales, como por ejemplo si un dirigente de la AFA podía ser dueño de los pases de los jugadores, si se permitían las transfusiones de sangre en el entretiempo, si el dueño de la selección podía al mismo tiempo ser presidente del país, y muchas otras cosas que no pude contestar.
Luego me contó que su padre había venido hacía muchos años a la Argentina, que tenía muchas empresas y que había hecho numerosos negocios con los distintos gobiernos que se sucedieron a partir de la ultima dictadura militar. Me quedé dormido.
Desperté solo en el comedor, y fastidiado por el encierro al que me veía obligado, comencé a recorrer la gran casa en busca de una salida.
No pude contener mi horror al ver desde la otra punta de un pasillo cómo el señor George Drácula se iba sacando máscaras, ropa y demás hasta convertirse en...¡Mauricio Macri!
He visto negociados turbios en el fútbol, pero cambiar la identidad para comprar la AFA me pareció demasiado.
Volví aterrado a mi cuarto y me propuse encontrar la forma de escapar al día siguiente para realizar la denuncia correspondiente.
Pasé toda la siguiente jornada tratando de abrir puertas sin éxito, hasta que llegada la noche encontré una que tenía un viejo candado, el cual cedió a la primer patada.
Mientras revolvía unos cajones, un espeso humo blanco, una lluvia de plumas y un exagerado olor a champagne del bueno inundaron la habitación.
De la nada, aparecieron ellas: Isabel Menditeguy y Flavia Palmiero se abalanzaron sobre mi cuerpo y me tendieron en la cama.
Dijeron algo sobre comerme todo y no pude decir otra cosa que sí, que hagan lo que quieran, que era suyo.
Mientras Flavia estaba rozando ya mi cuello con sus dientes y yo estaba “de fiesta”, llegó el “corta mambos” de Macri, quien se mostró bastante ofuscado por la situación. Estaba como loco. Se arrancaba los pelos del bigote con las manos y se le cruzaban los ojos como a su gran rival político.
De un solo golpe lanzó a las dos mujeres contra una pared y les dijo:
¡Ustedes están locas! Por eso no las dejo salir. ¿Qué diría Jorge Rial si se enterara?
Isabel Menditeguy no disimuló una carcajada y le respondió:
¡Que sos un cornudo! Estoy re aburrida gordo ¿No nos trajiste nada hoy?
Macri la miró resignado y dijo:
- ¡Qué caras salen las mujeres de los empresarios exitosos!
Sacó un bolso que traía consigo y se los tiró:
- Tomen, les compré todo lo que encontré en el Paseo Alcorta.
Luego, se dio vuelta y con furia se comenzó a acercar a mí. El horror y la angustia por haber descubierto su plan me vencieron y perdí el sentido


Diego Marcelo Bomparola
Comisión 65